Cámbiate este verano al turismo de montaña

Tenía yo apenas siete años cuando mis padres alquilaron por primera vez para el verano un chalet en la sierra, rodeado de montañas. Yo estaba bastante enfurruñado, pensando que cuando volviéramos de las vacaciones y llegara el colegio, todos mis compañeros hablarían de lo bien que lo habían pasado en la playa; y yo en aquel sitio dejado de la mano de dios, sin ni siquiera una triste piscina donde remojar mis pies. En verdad, esperaba que fuera un mes de infierno total.

Yo no lo sabía, pero mis padres, antes de nacer yo, eran intrépidos senderistas, y con la cantidad de kilómetros de monte que habían recorrido, casi hubieran podido dar la vuelta a España, jeje. Después de mi nacimiento habían decidido hacer una parada hasta que tuviera edad suficiente para acompañarlos, y parece que habían considerado que ese era el momento oportuno. Y aunque a mí no me lo pareció, echando la vista atrás no puedo hacer otra cosa que estar totalmente de acuerdo.

En fin, que después de dejarme protestar, patalear y tener una pequeña rabieta normal en ese edad, mi padre me plantó unas botas de montaña, una gorra y una cantimplora, y me dijo que nos íbamos de exploración, hasta un sitio que me iba a encantar: un lago secreto entre las montañas. Por supuesto que ese lago no era ningún secreto, pero como yo no lo sabía, imaginé que íbamos a un lugar desconocido para todo el mundo y que sólo mi padre y yo conoceríamos: un plan irresistible para un niño. Y allí fuimos, con toda la intención de vivir la aventura de nuestras vidas.

Desde entonces, nunca más volvimos a la costa. Los años siguientes los dedicamos a explorar montañas, sierras, montes y cualquier terreno salvaje que se nos ocurría, y yo descubrí que había heredado la afición de mis padres por la naturaleza. Cuando tuve la suficiente edad, me fui de vacaciones por mi cuenta, y alguna vez volví a la playa con colegas o alguna novieta, pero ya no le encontraba encanto alguno al mar. En definitiva, me había convertido en un ser del monte, qué le vamos a hacer.

Espero compartir con todos vosotros la multitud de experiencias de las que he gozado en mi vida, pues hoy, a mis 45 años, puedo decir que han sido bastantes. Me casé, me divorcié, cambié de trabajo, me hice autónomo, pero nunca abandoné la afición por el turismo rural, y todavía de vez en cuando quedo con mis padres algún fin de semana para compartir nuestra pasión por el senderismo. Pero gracias a este blog, espero que ahora mi público sea mayor, y que al final acabéis por amar todo este mundo al menos tanto como yo.